LA PIEZA DEL MES EN EL MUSEO DE ARTES DECORATIVAS DE MADRID
Esta mañana me he acercado al Museo De Artes Decorativas de Madrid, un impresionante espacio situado en la Calle Montalbán, una de las zonas más señoriales de la capital.
En 1912 se creó el Museo Nacional de Artes Industriales, que en 1927 recibiría el nombre definitivo de Museo Nacional de Artes Decorativas. Se pretendía con él fomentar la cultura artística y técnica en el público, en los artistas y en los fabricantes,
mediante la exposición de ejemplos que mostrasen el alto grado de perfección alcanzado por las manufacturas, de las cuales hay una completa representación en las salas del museo.
Una forma diferente de atesorar y mostrar el entorno del individuo, tan cambiante a lo largo del tiempo, a través de mobiliario, vajillas, tejidos, estancias, alfombras, platería y joyería. En esta nos detendremos en particular con este post, al hilo de la pieza del mes que se nos ofrece en sus vitrinas: un ahogador del siglo XVIII de plata, topacios, esmeraldas y strass.
Ahogador a tour du cou , tipo de collar que termina en asas por las que introducir unas cintas de seda que hacen posible el ajuste al cuello.
De sobra es de todos conocido que el fenómeno del lujo es un fenómeno íntimamente ligado al status social del individuo. Las joyas han sido, desde que el mundo es mundo un signo palpable de nuestra identidad. Familias enteras se arruinaron por adquirir y poseer estos objetos, que eran señal inequívoca de prestigio, y a partir de las cuales se abrían o cerraban las puertas de negocios, asociaciones provechosas, y alianzas de las más variada índole.
Hasta el siglo XVIII, del cual procede el ahogador que contemplamos, los diamantes procedían mayoritariamente de la India, y entraban en Europa a través de Amberes y Venecia. Allí se concentraba todo el mercado, del cual Francia en el XVIII tenía el monopolio. No hablaremos en esta ocasión de los diamantes africanos, cuyo descubrimiento y posterior boom se produjo en el siglo XIX.
Uno de los seis diamantes indios de Dresden.
En aquel momento comenzaron las primeras falsificaciones. La posibilidad de engañar mediante el aspecto exterior, confundiéndose las clases sociales, fue un problema a mediados del XVIII para gobiernos absolutistas, que se vieron obligados a controlar estas confusiones. Plebeyos que intentaban competir con la nobleza, buscando similar forma de adornarse.
Se instauran las leyes suntuarias, que limitaban el consumo de productos de lujo, tratando de evitar el ascenso de la burguesía a un lujo reservado a la aristocracia. Pero la democratización de la moda, como de todo, era imparable.
Aparece el strass, un tipo de vidrio similar al diamante, realizado por el alsaciano George Frederic Strass, que abrió su propio negocio en 1730, y se dedicó por completo a la elaboración de diamantes de imitación, a través de mezclas de bismuto y talio . Debido a sus grandes logros, fue galardonado con el título de “El joyero del Rey” en 1734.
Bello broche de strass. Difícil distinguirlo de uno de diamantes.
En ese momento surge la figura del petimetre (del francés petit maître, pequeño señor), calificativo usado por la población española para denominar aquellos jóvenes que se apuntaban a la moda de cursar estudios en el extranjero, aprovechando los viajes a otros países facilitados por la política aperturista de Carlos III.
Estos jóvenes de familias adineradas utilizaban su estancia fuera para adquirir nuevos conocimientos, copiar nuevas modas, modos y costumbres que trajeron a España. Entre ellas la modalidad de joyería desmontable: una tiara podía convertirse en broche, separando las tres partes que la componían.
Característica común a todas ellas era su brillo, nacidas al albur del siglo de las luces y la ilustración dieciochesco. Los retratos de época son un testimonio valiosísimo de esto.
Las joyas de imitación se usarán también como concepto de adorno. Aparece la contradictoria popularización del lujo, y la necesidad de configurar la identidad a través de la apariencia.
Curiosa toda la historia de la joyería,
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